Un anciano, podría ser, un anciano recluído en un asilo, tal vez, pero a pesar de sus años, Zenón es fuerte, aún, su dentadura natural es completa, acabada, sí; por el desgaste cotidiano, nunca conoció el dolor de muelas, como él solía decir.
Zenón, era un sexagenario activo, y ascendía los cerros como un guanaco, retozando medio las lajas de Toyonzo.
Salió aquel día nublado y de viento, con su ollita de comida, su hacha, sus fósforos y una collonda a la espalda, en busca de cardones maduros pa techar la casa de su hijo que trabajaba en El Aguilar.
Era pleno mes de agosto, precisamente es época de voltear cardones pa madera, y. . . Zenón con sus 60 años, todavía se animaba a partir los cactus y tablear la madera, que le servía pa puertas, o simplemente, pa sostener los techados de las casas.
Para hacer madera de los cardones, se debe primero: Quemar las espinas, que con el aire fuerte de las alturas, se prenden como pajas, reventando, reventando, siendo el único ruido que se siente al estar cerca; luego hay que pelar el tallo, hasta la altura que le de la fuerza y los brazos de quien trabaja; quedan blanqueando, los agujeritos de la madera y chorreando el líquido, por lo verdoso de la capa esponjosa.
Recién de pelado el tallo y bien en contra la raíz, se corta el tronco de la planta gigantesca, hay una copa pesada por los inumerables brazos o guaguas del cardón, que con una brisa medio fuerte, y mas, estando canteada la base del tallo, puede caer repentinamente . . . es necesario tomar precauciones del caso.
Zenón desafió aqel día, los peligros del viento; Agosto, es de por sí ventoso. . . pero él salío, porque se le iba el mes, mas era necesario hacer las maderas en el tiempo, pa que no se achuzen o se pongan débiles si son cortadas en otro mes.
Zenón iba confiao, porque también en el mismo Agosto, el había cumplido, con dar de comer a su Pachamama en el cerro.
Pero la suerte estaba sellada, aquel día luego de pelar el tallo, a la altura de su brazo, y al estar canteando la base del tronco a flor de tierra; un descuido, el ruido de un pejpiri, tal vez, el soplo del Coquena, distrajeron la atención de Zenón, en el mismo momento en que una ráfaga de viento, derrumbó la gigantesca planta, aplastando el lomo de nuestro runa.
Así, lo encontraron, planchao, sobre el lomo, un cardón espinudo y viejo. Así terminó sus días, Zenón, el cardonero, y como en misachico, lo bajaron en angarillas, rumbo a su puesto de Toyonzo, pa cumplirle con las excequias de buen cristiano.
Fortunato Ramos
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