sábado, 4 de julio de 2009

Apacheta

Detenerse en el camino para descargar las penas, para abandonar el cansancio, para recobrar fuerzas, para charlar con Dios, y la Pachamama, allá… en el cruce de un cerro a otro, en el abra, donde pareciera que nos topamos con el Altísimo o con el diablo, donde nos proponemos entablar un diálogo con el Coqueta. Allá en la apacheta, montículo inerte de piedra, allá donde nos hace retemblar el alma, el silbido del viento…, donde el tac tac, alterado de las venas bullen en nuestro ser como el ruido encantador de una caja en el huancar… Allá te conozco apacheta dormida que recoges el acullico verdoso del viajero, que creces con la sencilla aportación del caminante que lleva su piedra pesada, edificante, levantada en sus manos, a pocos pasos de alcanzarte.
Apacheta, tu detienes al andante, enfermo, suplicante de salud, arrastrado de rodillas, cual devoto promesante a su imagen venerada. Estación obligada para renovar fuerzas, para desatar la talega de carne hervida con mote, masticando la tierra de piedra granulada, saboreando la tola y chachacoma. Morada del zorro flaco, que husmea los huesos para limpiar las pocas hilachas de carne que le quedan.
Apacheta amiga de aquel que en las noches estrelladas, te acompaña a contemplar el silencio, el azul cielo norteño y el recortado rojizo color de los cerros. Descanso de vírgenes y santos, posa de cornetas, erquenchos y bombos, sosiego del quejido jadeante, del viento sentado en tus piedras, tembleque, dormido, con cara de charque.
Apacheta, tu bebes alcohol, el vino o la chuya con que te chaya el viajero, sos un poco huraña, recelosa para el de afuera. Te embriagas un poco y no te conocen, te creen Coqueta, diablo, Pachamama…, en fin, sos de los tres entreverados, sos el camino renovado, donde el colla entrega su corazón latente y duerme en la inmensidad del tiempo, comprendiendo la grandeza de su alma doliente, de su vida sufrida, áspera y rajada como el tiento reseco de su ojota, como la piel casca de sus manos. Apacheta, bastonera del churque enflorado, de la bandera blanca de señal o carnaval, agujero humeante de orejas charqueadas que te entrega el dueño de alguna majada, coquera, borracha y cansada, guanero de llamas, vicuñas, vizcachas…, estás esperando que venga el viajero que aporte su piedra pa’ seguir andando.
Fortunato Ramos
Costumbres, Poemas y Regionalismos
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