Volcán es el portón de la Quebrada de Humahuaca; cuando funcionaba el ferrocarril, aquí se hacía el recambio de personal ferroviario, y el tren de pasajeros paraba horas y horas, mientras la gente descendía a comer empanadas, tamales, picantes; a beber vino, chicha, api... Aquí vivía Severiana, la tamalera.
Severiana, la tamalera, debe tener sus casi sesenta años, güenamoza todavía, con esos aires de chola que viene de los valles; hace varios años se instaló en el Portón de la quebrada, donde sigue atando tamales, comida regional que le enseñó a hacer su mama y su agüela.
Madrugadora como genti de antes...oscuro, oscuro, ta renegando alsao su bolsa, frente a la puerta del carnicero, que abre tarde su negocio; porque le sobra plata, según los dichos de Severiana; pero para ella la hora corre y no le da tregua pa descansar un poco. Es sola y tiene cien cosas p’hacer: buscar chalas, en tiempos en que el choclo escasea; moler maíz en su mortero o, cuando el grano es mucho, en su piegra palta, con cutana mango de churqui asegurao con tientos; separar prolijamente las chalas pa envolver el tamal, hacer atadores, amasar la pasta de maíz, preparar el recao con charqui y papas; después atar uno a uno los tamales y hervirlos en una olla de barro.
¡Tamales, señor!...¡a los tamales con charqui!...dos por un peso, tres por un peso y hasta cinco por un peso, cuando ya están guardados de muchos días.
Claro, el tren de pasajeros ha dejado de correr hace algunos años y Severiana quedó sin mercado, porque allí se vaciaba su olla en un abrir y cerrar de ojos; tal vez le faltaba el tiempo, pa hacer y vender tamales. En cambio ahora las ventas son escasas y anda penando para terminarlos.
A Severiana se le fue el tiempo trabajando y no tuvo lugar pa salir a las fiestas, a buscar un mancarrón que le sirva de algo, o siquiera le ayude a atar tamales. A ella le hubiese gustado cantar sus coplas y recuerda que alguna vez encintilló su sombrero pal carnaval, y que apaleada por el cansancio se tiraba largo a largo pa descansar un rato. Sin embargo, tuvo sus guaguas: una china y un chango; que son hijos del viento, que son navidares o hijos del diablo; él solo lua hecho y después se va. Esta es la filosofía del colla patriarca y mujeriego que anda suelto en las fiestas.
¡Ahh! Severiana, con su brasero y su olla, no olvidó la costumbre de ir a la estación y sentarse a lau las vías, esperando el tren de pasajeros que ya no llegará. Por eso tal vez, de rabia y bronca, se apropió de un galpón abandonado del F.F.C.C e instaló su cama, su mesa, su ojliador, su piegra... y su televisor.
Severiana no es caída del catre, se las sabe todas: cuál china ta embarazada, con solo verla caminar; cuál es la mujer descazadora, y está al tanto de todo lo que pasa en el mundo... Sin embargo sigue haciendo sus tamales. Así crió a sus hijos, así vive en su galpón...
¡Solita vivo en mi casa!...¡solita como un árbol!
Severiana, la tamalera, debe tener sus casi sesenta años, güenamoza todavía, con esos aires de chola que viene de los valles; hace varios años se instaló en el Portón de la quebrada, donde sigue atando tamales, comida regional que le enseñó a hacer su mama y su agüela.
Madrugadora como genti de antes...oscuro, oscuro, ta renegando alsao su bolsa, frente a la puerta del carnicero, que abre tarde su negocio; porque le sobra plata, según los dichos de Severiana; pero para ella la hora corre y no le da tregua pa descansar un poco. Es sola y tiene cien cosas p’hacer: buscar chalas, en tiempos en que el choclo escasea; moler maíz en su mortero o, cuando el grano es mucho, en su piegra palta, con cutana mango de churqui asegurao con tientos; separar prolijamente las chalas pa envolver el tamal, hacer atadores, amasar la pasta de maíz, preparar el recao con charqui y papas; después atar uno a uno los tamales y hervirlos en una olla de barro.
¡Tamales, señor!...¡a los tamales con charqui!...dos por un peso, tres por un peso y hasta cinco por un peso, cuando ya están guardados de muchos días.
Claro, el tren de pasajeros ha dejado de correr hace algunos años y Severiana quedó sin mercado, porque allí se vaciaba su olla en un abrir y cerrar de ojos; tal vez le faltaba el tiempo, pa hacer y vender tamales. En cambio ahora las ventas son escasas y anda penando para terminarlos.
A Severiana se le fue el tiempo trabajando y no tuvo lugar pa salir a las fiestas, a buscar un mancarrón que le sirva de algo, o siquiera le ayude a atar tamales. A ella le hubiese gustado cantar sus coplas y recuerda que alguna vez encintilló su sombrero pal carnaval, y que apaleada por el cansancio se tiraba largo a largo pa descansar un rato. Sin embargo, tuvo sus guaguas: una china y un chango; que son hijos del viento, que son navidares o hijos del diablo; él solo lua hecho y después se va. Esta es la filosofía del colla patriarca y mujeriego que anda suelto en las fiestas.
¡Ahh! Severiana, con su brasero y su olla, no olvidó la costumbre de ir a la estación y sentarse a lau las vías, esperando el tren de pasajeros que ya no llegará. Por eso tal vez, de rabia y bronca, se apropió de un galpón abandonado del F.F.C.C e instaló su cama, su mesa, su ojliador, su piegra... y su televisor.
Severiana no es caída del catre, se las sabe todas: cuál china ta embarazada, con solo verla caminar; cuál es la mujer descazadora, y está al tanto de todo lo que pasa en el mundo... Sin embargo sigue haciendo sus tamales. Así crió a sus hijos, así vive en su galpón...
¡Solita vivo en mi casa!...¡solita como un árbol!
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